Relato para Literautas. La maldición.

El reto del mes de Abril para el taller de Literautas era escribir un relato de miedo que se titulara "La maldición", con el reto añadido de no usar la letra "t".

No fue fácil, pero al final salió esto.

La maldicion. 



La mujer que iba en el coche a mi lado no se movió ni pronunció palabra alguna desde que la recogí, por lo que después lanzar una par de palabras al vacio comprendí que no parecía querer conversación; y decidí poner algo de música para romper el hielo.

Las horas pasaban y el sol fue poco a poco disipando el día, dejando a su marcha que la luna, de un rojo febril, iluminase el camino por el que nos movíamos. El sonido de la música no alcanzaba a llenar el silencio obligado por aquella reservada mujer, a la que aun no había sacado ni un solo sonido. 

Pero al llegar a esa curva, el GPS se quedó en blanco, y el vehículo pareció cobrar vida propia. El aire se volvió frio, helado, y un escalofrió me recorrió la espalda. Al girar la mirada hacia ella, vi sus ojos, y de su silencio surgió la peor de las pesadillas. 

Su mano helada se sumergió en mi pecho y envolvió mi corazón con el dolor más agudo que haya sufrido nunca. El vehículo, ya sin dirección, se salió de la vía a gran velocidad, chocando en el fondo del barranco en un amasijo de hierro y fuego. 

Ya en el suelo, agonizante, pude ver a miles como yo al lado de sus desvencijados vehículos. 

Ella, después de mirarme un segundo con ojos vidriosos, implorando expiar su culpa, se alejó pidiéndome perdón, pidiéndoselo a los demás, varias veces, incansable, diciendo que no podía remediarlo, para colocarse de nuevo en la misma curva donde la recogí. 




Enlace a mi relato en la web de Literautas: http://www.literautas.com/es/taller/textos-escena-25/3299 

Micro relato para REC. Nunca fuimos hombres.



Nunca fuimos hombres. 

Ya no podíamos contar con él. Unos dicen que se agotó, otros que no fue más que un espejismo de algo que nunca estuvo a nuestro alcance. 

Descontada esa variable, apenas aguantamos unos segundos, deambulando entre miradas vacías y suspiros sin aliento. 

Y cuando la última, aquella que confiábamos en no perder nunca, cayo marchita ante nosotros, comprendimos que nunca habíamos tenido la más mínima oportunidad.