Apareciste cuando apenas contaba
un par de capítulos, y tan solo te bastaron unas líneas para iluminar mi
anodina trama, revolucionando el nudo y augurando un prometedor desenlace.
Cada párrafo superaba al anterior
en ritmo, tensión narrativa y armonía; viviendo, entre metáforas y alegorías,
nuestros momentos de prosa más poética.
Pero un día, sin saber porqué, no
alcanzaba a leerte, y mis letras se perdían entre líneas, o sencillamente, se
negaban a aparecer. Sintiéndote figura habías huido a otro libro, en busca de
otros estilos, de nuevas prosas que acentuar.
Después de ese giro, amargo e
inesperado, solo pude escribir palabras sin vida que no fueron a ninguna parte;
y tras varias páginas en blanco, usé letras suicidas para llegar a un punto
final; porque el relato de mi vida, sin ti, no tiene historia.