Relatos para REC. Penitencias. El mensaje.

Penitencias.



Solo ceniza. Silencio. Calma. Todo lo demás había ardido en el enorme fuego que no dejó de mirar durante toda la noche.

Al alba, cuando llegaron, aun seguía allí. Les contó todo, y ayudó en el proceso de identificación. No se opuso a nada, y asumió su culpa. También aceptaría el castigo; sabiendo que no seria peor que la penitencia que había vivido durante años. 




El mensaje. 


-Solo ceniza señor, nadas más. Después comenzará la fase dos. 

-¿Qué pasará entonces?

-Todo volverá a su origen, como fue antes de la gran explosión. 

-¿De donde viene?

-De un planeta a unos cien mil años luz. Allí el proceso ya ha comenzado. Al ser una inteligencia superior se vieron en la obligación de avisarnos para que estemos preparados. 

-¿Cuándo comenzará?

-En dos días señor presidente.

-¿Dice algo mas el mensaje?

-Si señor. Dice que no nos molestemos en rezar a nuestros dioses, pues no servirá de nada; y además, aunque fuera posible, no nos merecemos una segunda oportunidad. 



  Fotos con licencia libre tomadas de la red.

Reacción. PMI 2014.




Reacción.

Tras un largo día de trabajo, llega a su casa cuando la noche ya envuelve la ciudad. De nuevo se ha dejado influenciar por ficticias obligaciones y responsabilidades ajenas asumidas como propias.

No sabe decir no. No están las cosas para hacerlo.

Mientras se cambia de ropa, de fondo, la letanía de sus vecinos, de nuevo a lo suyo.

En la cocina intenta olvidarse de todo preparando la cena, pero el incesante goteo del grifo le devuelve a su estado de irritación. El casero le prometió que hoy mismo quedaría arreglado. Tendrá que volver a llamarlo, o incluso intentar arreglarlo él mismo.

Más ruido. Ahora gritan.

Decide poner la televisión y sigue cocinando. No es su problema. Que lo arreglen ellos; que se encargue otro.

De repente, un fuerte golpe le sobresalta. El plato que llevaba a la mesa cae haciéndose añicos. Durante un largo instante mira al suelo con los puños apretados, para luego quitarse el delantal y dirigirse hacia la puerta.

En el descansillo ve a su vecina llorando. Le sangra la nariz y tiene varios golpes en cara y brazos. La mete rápidamente en su casa y le entrega el botiquín. Después sale de nuevo. Allí está él, buscándola. Sus miradas se encuentran, pero esta vez, no es la suya la que rehúye el enfrentamiento.  

Jamás había plantado cara a nada ni a nadie, pero aquella noche, decidió que todo iba a cambiar.  

Micro. El último café.



La lluvia de fuego que lentamente devoraba la ciudad no fue más que el primero de los daños colaterales, dando paso a terremotos, huracanes y la plaga de langostas.

Siempre había buscado lo mejor en cualquier lugar y a cualquier precio, y por ello, al adquirir aquel artefacto infernal de refulgentes botones, consideró como menudencias los efectos secundarios advertidos por el misterioso tendero. 

Y ahora, aun sabiéndose responsable de todo, le vence su debilidad, se envuelve en el aroma, contempla ensimismado el cuerpo y se pierde esa nube blanca final. Le consuela pensar, que incluso en el fin de los días, nadie se resiste a un buen café.

Micro. Obsolescencia.



Nos lamentamos, hipócritas, de no haberlo visto venir, pero lo cierto es que nunca tuvimos tiempo para él, pensando, ilusos, que se conformaba con la limosna diaria de palabras vacías y sonrisas de pega. 

Sin querer darnos cuenta lo habíamos apartado de nuestra cotidianidad, y cuando sus recuerdos, lo único que le quedaba, fueron desgranándose, al final, muy a su pesar, el abuelo murió solo.