Al dejar la catequesis a los
pocos días declarándome ateo no solo provoqué el disgusto eterno de mi madre
sino lo que entendí entonces como una inmerecida indiferencia de mis amigos.
Años después, viendo en las
noticias al capellán sometido a escarnio público por sus pecados sé que mi
decisión tuvo entonces el dolor de la culpa, pero el don de la oportunidad.