Micro. Su mayor dilema.

Os dejo mi aportación para el concurso de este mes en el blog de esta noche te cuento.

Si quereis leer el relato en el blog lo podeis hacer en el siguiente enlace:

http://estanochetecuento.blogspot.com.es/2013/03/mar155-su-mayor-dilema-de-alfonso.html

Su mayor dilema. 



El aura de calma y concentración de la sala se interrumpió por el ahogado lamento de uno de los científicos. 

El maestro, preocupado, se acercó a él. 

- ¿Qué es lo que perturba tu mente, estimado colega? 

- Disculpe maestro – respondió el científico pesaroso – es este algoritmo, soy incapaz de resolverlo correctamente.  

 - Revisa el planteamiento y la solución saldrá sola – respondió el maestro. 

- Eso intento señor  – contesto nervioso – pero al desarrollarlo siempre llego a una cifra en la que no puedo seguir. 

- ¿Y cuál es? - preguntó el maestro intrigado. 

- 2084 Señor – fue su respuesta. 

El maestro, después de mirarlo a los ojos, encontró la raíz del problema. 

No creo equivocarme al decirte que hay una variable externa que nubla tus planteamientos, que probablemente te haya acelerado dos veces el corazón al recordarla, que mantiene a cero tu concentración desde que la conoces, que te habrá venido al menos ocho veces a la cabeza en el día de hoy y la hayas nombrado no menos de cuatro. Yo tuve ese dilema hace tiempo.

- ¿Y lo resolvió maestro?

- Entonces tomé la solución que entendí más racional, aunque no hay día en que no me arrepienta.

Micro. Fin de la discusión.


- No sé - murmura Manuela compungida.

 - Joder chica - espetó su marido - nunca te enteras de nada, ni siquiera en tus sueños.  

- Lo único que recuerdo es que íbamos en el coche y tú gritabas, siempre me gritas.

- Y tú nunca me haces caso.

- Silencio por favor - les interrumpió una voz grave que inundó la sala - continúen hacia el fondo y busquen la luz.

 - Vamos José - suplicó ella.

- Déjame en paz - grito de nuevo - busca tú la luz esa si quieres, ya iré yo después si me apetece.

- No tardes - dijo ella mientras enfilaba con pesar el largo pasillo en el que terminan los sueños. 

Dos micros muy cortos para REC

Esta semana es la primera vez que envío dos micro relatos al concurso de REC en la SER. Siguiendo con la tendencia que parece que últimamente tiene el concurso son bastante cortos. 

Su recuerdo mas preciado. 

Y restos de lágrimas en las mejillas que recogió antes de marchar hilvanando un collar que luce brillante en los días grises para que él pueda distinguirla del resto de estrellas. 

Nuevo punto de vista. 

Y restos de lágrimas en las mejillas que ella le enjuagó emocionada mientras el acababa de retirar las vendas. 

Jamás le había visto llorar.

Le quería con toda su alma y desde ese momento, con todos sus sentidos.   

De lo que necesito y no necesito.



Dicen que las crisis no las superan los más preparados, sino los que mejor se adaptan a los cambios, y supongo que es eso lo que intentamos hacer todos en estos tiempos, cada uno a su manera y en la medida de sus posibilidades. 

A mí la crisis me ha metido en el numeroso grupo de los desplazados, premiados con un trabajo que otros quisieran, a cambio de dejar mi tierra y familia durante la semana laboral para volver a una efímera normalidad a la vuelta. Una rara avis con dos casas, dos barrios, dos rutinas distintas, grupos de conocidos distintos y necesidades distintas en función del día de la semana. 

Lo bueno de estar durante un tiempo fuera de tu casa es que ese lugar a donde llegas poco a poco se va haciendo tuyo, lenta pero progresivamente, a base de conocer sus gentes y sus lugares, sus calles soleadas unos días y mojadas por la lluvia otros, después de ver día tras día a los niños corriendo al colegio, a los ancianos hablando en sus parques, de notar el frío pegado a los cristales de los coches en las mañanas de Enero y al calor que derrite poco a poco el entusiasmo de ese grupo de mujeres que caminan en una tarde de Agosto. 

Al sentirte poco a poco menos foráneo en esta tierra también compartes sus miedos, sus preocupaciones y sus inquietudes.  Hace unos días pude comprobarlo al pisar por primera vez un hospital madrileño. Una pequeña infección respiratoria me llevo a la sala de urgencias de un hospital cualquiera.  El procedimiento fue igual que en cualquier otro hospital, es decir, te hacen una primera inspección y después te derivan a otra sala de espera donde aguardas más o menos a que te atiendan en función de la gravedad de tu caso. 

Cuando llegue a la sala había una chica rumana esperando unos análisis; una chica española y un anciano en silla de ruedas acompañado por el que parecía uno de sus nietos.  En todas las salas de urgencias de los hospitales hay que armarse de paciencia esperando a que te atiendan, y en los de Madrid, tal y como está la sanidad en esta comunidad, aun mas. 

Pasadas unas dos horas y media en las que hubo reproches contra los médicos por parte de varios pacientes, algún abandono de la sala por parte de la chica española, a la que llamaron poco después de irse y muchas idas y venidas de gente por los pasillos, todos los pacientes fuimos atendidos. 

El trato fue excelente, no puedo decir lo contrario; tampoco puedo decirlo de los hospitales extremeños. Y fue excelente pese a los medios y el personal con el que se contaba en esos momentos. 

Y después de todo el rollo soltado ahora viene lo que quería decir, el objeto de este post que bien tiene que ver con el título del mismo, es decir, la reflexión de lo que necesito y lo que no necesito, y de lo que a mi juicio necesitamos y no necesitamos. 

Necesito más médicos en los hospitales haciendo lo que saben hacer, salvar vidas y curar enfermos, necesito más y mejores profesores en los colegios y universidades garantizando que la educación, que es buena, no empeore. Necesito más policías en las calles cuidando de que nuestras ciudades sean cada vez lugares más seguros y más investigadores haciéndonos el mañana más fácil. 

Y puestos a desprendernos de lo superfluo, no necesito el congreso o el senado lleno de ineptos sin ideas ni educación cruzados de brazos mientras el paro sacude cada vez a más gente y a más familias. No necesito instituciones anacrónicas que son un lastre para un camino que ya de por si es difícil. Y tampoco necesito que desde fuera me digan que tengo que hacer más ajustes y sacrificios en mi vida por errores que otros cometieron por mí.

Micro. Despido celestial.




Solo a las niñas guapas y a los hermanos que se las presentaban les permitía el acceso; aunque luego era fácil de engatusar ante madres mal paridas, conductores desorientados y ancianos bienintencionados. 

¿Cómo negarles la entrada?

Pero su superior no compartía su entusiasmo y unos ajustes que nunca esperó precipitaron su caída a las primeras de cambio. 

En su nuevo trabajo le va bien. Su nuevo jefe, aunque es un tipo raro y un tanto siniestro, no pone pegas ante su permisividad. A veces recuerda con cierta nostalgia momentos pasados, pero, ¡qué demonios! el cielo puede esperar.