Si ya de por si resulta absurdo haber construido un aeropuerto que a día de hoy, pasado ya más de un año desde su terminación sigue sin usarse; el colmo de lo absurdo es enterarse de que además está mal hecho.
Sin querer quitarle meritos a Carlos Fabra, que en este despropósito recibiría prácticamente todos, hay que hacer mención especial a los técnicos encargados de la redacción del proyecto, por su “pequeño” desliz al no tener en cuenta en el diseño del aeropuerto la normativa europea; y a los técnicos de la administración de turno que deberían haber revisado este proyecto y detectado tal error.
En las últimas declaraciones, el Señor Fabra se excusaba achacando el error a la constructora (como no) y manifestando que esta había sido avisada del error antes de terminar el aeropuerto, y que la reparación de la pista correrá a cargo de dicha contrata con los fondos existentes en las correspondientes retenciones realizadas a la misma durante la ejecución del aeropuerto.
En cualquier otro momento y en cualquier otro lugar podría parecer extraño que se hubiese recepcionado un aeropuerto sabiendo de antemano que incumplía la normativa; pero estamos donde estamos y a estas alturas ya no nos extrañamos de nada, sobre todo cuando hablamos de política y de nuestros políticos.